martes, julio 24, 2007

 

Micción universitaria

Siempre he escuchado que la verdadera universidad es la vida. Si tal cosa es cierta, teniendo en cuenta que en España, la mitad de esa vida, se pasa en un bar, puede decirse que la hostelería es la mejor forma de poseer, al menos de manera vicaria, esa licenciatura. Y no lo digo porque gran parte de nuestros universitarios tengan --tengamos-- que dedicarnos a sus derivacione de oficios una vez concluidos los X años de carrera, sino porque en menos de tres meses puedo dar fe de ello.

Sí, confirmo esa afirmación y recalco lo de verdadera, porque en este tiempo, entre otras muchas, se me ha planteado una turbadora cuestión que, por más que lo intento, no consigo resolver. Quizá sea cuestión de plantearlo, aquí, en abierto, por si algún alma cándida se presta a sacarme de tal comezón.

Cocainómanos y alcohólicos de mal mear a parte, que de esos ya ha habido unos cuantos, en casi tres meses de estrenado oficio la curiosidad que me inquieta está dirigida, en concreto, a los hombres. Reconozco que de manera carnal con ellos me relaciono (quizá sería mejor utilizar un tiempo verbal imperfecto) lo justo, pero al resto de los niveles mantengo relaciones profusas y profundas con ellos. Sin embargo, quizá porque esas relaciones se producen con hombres que podríamos calificar de eso, de hombres, y no de cavernícolas con patas, siguen siendo incapaces de responder a mi pregunta.

Me explicaré... En el local disponemos de dos retretes. El antro, aunque tiene momentos, resulta, por lo general, de entrada asequible. Pese a ello, junto a los contenedores de vidrio y papel que hay frente a nuestra puerta, lo 'normal' es que cada noche --incluso cada día-- asistamos a un variopinto desfile de estéticas y cachés masculinos que, igualándose como lo hacían los ríos de Manrique, fabrican los suyos propios procedentes de su tracto urinario.

No, no hay diferenciación por causa de edad o estatus económico. Todos, salvo alguna honrosa excepción, en lugar de pedir el favor de usar nuestro retrete, se empeñan en mingitar en ese lugar. Quizá sea por el olor regado previamente por otros machos --porque mujer, aún, no he visto ahí en tal lid-- y ello les haga saltar algún resorte de homosexualidad subconsciente, quizá sea, simplemente, porque son más guarros que la Quecos... pero el caso es ése, que si Grisom viniera a buscar ADN a la pared de enfrente, se iba a volver loco.

La pregunta, por tanto, es ésa. ¿Por qué? ¿Qué os ocurre, hombres del mundo? He especulado mucho al respecto, a solas y en compañía. Una de mis amigas insiste en que, en el fondo, lo que os apetece es que veamos vuestra pilila, quizá porque es más grande de lo normal, porque no parece el aguijón de un escorpión o porque estáis recién operados de fimosis.

Si tal hipótesis es cierta --algo que corrobora que muchos de los que bajan a mear en nuestros urinarios lo hagan con la puerta abierta--, permitidme que os diga... chicos, no! NO NOS GUSTA VER ESO. Es cierto, soy una invertida y mi opinión podría estar mediatizada por tal circunstancia... pero ES QUE NO. La cuestión no es que os veamos o no la pilila. La cuestión es que estáis meando, joder!. Entendéis? Sale pipí por vuestra almendrilla y el pipí, salga de donde salga, no gusta a nadie. O qué pasa, que si os pone el culo de la Sharapova es que os lo imagináis cagando? Pues eso...

Regurgitaciones:
JAJAJAJAJA!!!! Desde luego, que me he reído, y no poco, con el recurso a la retórica empleado para tan escatológico tema.

Desearía tratar de arrojarte, querida amiga Sili[k] (Si me permites la licencia), algo de luz sobre la cuestión que nos planteas.

En primer lugar, aclararte que soy un hombre. No, no, de los de Cromagnon no! De los otros! Así quizás mi punto de vista sea más crítico con los de mi propio género.

En segundo lugar, entender que, con la pasmosa facilidad con la que podemos sacar nuestro miembro a pasear, cual bestia exótica marcando los lindes de sus dominios, es no normal, pero si lógico, que una gran parte de varones ahorren tiempo en colas para ir al aseo, o empujones en un local abarrotado, cuando pueden deshacerse de la fluída carga allí dónde les venga en gana.

Pero, ésta no es cuestión de géneros, ni de auto-proclamación del individuo con los atributos sexuales más, digámosle, desarrollados. Esta es pura y llanamente una cuestión de educación, modales, y respeto hacia los demás y el medio en el que vivimos (joder, parezco mi madre).

Yo no voy levantando la pata por las esquinas de la ciudad. Y cierro la puerta para poder disfrutar de mis micciones en la intimidad, lejos de miradas curiosas que traten de catalogarme por las dimensiones de mi miembro. Pero quizás yo esté en algún eslabón predido de la evolución masculina. ¿Quien sabe?.

Por otro lado, entre chicos es habitual el comparar cual es el que "mea más lejos". Y por tus declaraciones, se hace evidente que en multitud de ocasiones, pasa del sentido figurado.
 
Aprovechando los breves tiempos muertos que me regala este extraño lunes para ponerme al día en tu blog, me llama la atención este tema en particular por cuanto me solidarizo completamente con tu denuncia.

No obstante, ampliaremos la demanda: no soporto a esas madrazas que permiten a sus hijitos de 2 años orinar y cagar impunemente en las ruedas de los coches. Y si no, como con los perros.... bolsita en mano y a recoger los excrementos.

Y permíteme que te cite, amiga Silik: "Sale pipí por vuestra almendrilla y el pipí, salga de donde salga, no gusta a nadie. O qué pasa, que si os pone el culo de la Sharapova es que os lo imagináis cagando?"

No seas cándida.... Te sorprendería lo que le gusta a mucha gente, por no hablar de cómo se puede uno llegar a imaginar a la Sharapova.
 
a mi no me importaria ver una tia meando ....
lo que pasa es que no estoy cargado de puñetas,guapetona
 
si es posible que me ponga cahondo y experimente una ereccion espontanea en ese caso que no se suba las braguitas y los leggins y terminemos la faena callejera.
 
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