miércoles, mayo 02, 2007
Una palabra
Dicen que una imagen vale más que mil palabras... ¡y una mierda! Cuando doy mi palabra, vale más que mil imágenes y que mil documentos ante notario. Por eso, aunque el cumplimiento de la palabra que di el pasado sábado llega con unas horas de retraso, la cumplo. Y explico, aunque sea brevemente, tanto la demora del citado cumplimiento como mi ausencia prolongada por la blogosfera.
Nada, hijos míos, que me ha dado el venazo emprendedor. Y por ello, tras el par de meses de vacaciones que me tomé al terminar las oposiciones, se me planteó la oportunidad de montar un pequeño negocio. Y así he estado, junto a mi socia y amigas varias, de albañila, de pintora de brocha gorda, de carpintera, de gestora de mi-mini-patrimonio... todo ello para, desde el pasado lunes, hacer posible algo tan excitante como... servir cafés y copas.
Confío en que esta nueva etapa termine por fin con la precariedad que he venido padeciendo, en solidaridad con el 90% de los jóvenes de este país, desde que ingresé en el mercado laboral. De hecho, confío en que la necesidad del resto de jóvenes de evadirse de esa precariedad los lleve a consumir ingentes cantidades de copas -a 4 euros y nada de garrafón, oiga-, cafés y demás productos mayoritariamente líquidos que ofrecemos.
Y espero también que, con esta explicación, quienes pensaban que mi ausencia estaba única y exclusivamente motivada por eso del amor -que a lo tonto sigue durando, como las pilas del conejo-, comprendan que no es así. Tengo demasiadas ganas de seguir cagándome en el mundo, por mucho que a mi amante le diga mariconadas cada vez que la tengo al lado, así que ahora mismo sólo aspiro a asentarme un poco en el negocio y, entonces, prometo volver. Y cuando yo prometo... es una palabra.
Nada, hijos míos, que me ha dado el venazo emprendedor. Y por ello, tras el par de meses de vacaciones que me tomé al terminar las oposiciones, se me planteó la oportunidad de montar un pequeño negocio. Y así he estado, junto a mi socia y amigas varias, de albañila, de pintora de brocha gorda, de carpintera, de gestora de mi-mini-patrimonio... todo ello para, desde el pasado lunes, hacer posible algo tan excitante como... servir cafés y copas.
Confío en que esta nueva etapa termine por fin con la precariedad que he venido padeciendo, en solidaridad con el 90% de los jóvenes de este país, desde que ingresé en el mercado laboral. De hecho, confío en que la necesidad del resto de jóvenes de evadirse de esa precariedad los lleve a consumir ingentes cantidades de copas -a 4 euros y nada de garrafón, oiga-, cafés y demás productos mayoritariamente líquidos que ofrecemos.
Y espero también que, con esta explicación, quienes pensaban que mi ausencia estaba única y exclusivamente motivada por eso del amor -que a lo tonto sigue durando, como las pilas del conejo-, comprendan que no es así. Tengo demasiadas ganas de seguir cagándome en el mundo, por mucho que a mi amante le diga mariconadas cada vez que la tengo al lado, así que ahora mismo sólo aspiro a asentarme un poco en el negocio y, entonces, prometo volver. Y cuando yo prometo... es una palabra.