domingo, diciembre 10, 2006

 

Nunca es tarde

En este mundillo de tetas de silicona, de futbolistas que a los 20 años ya llevan cobrado más que los salarios de toda tu vida, da la impresión de que llegas a los 30 y, si no has hecho lo que tenías que hacer, no lo vas a hacer nunca. Se te ha pasado el arroz, la frustración te susurra 'no eres nadie' y, probablemente, el miedo a la soledad te grita 'búscate a alguien', aunque no sea exactamente lo que deseabas con 20 años...

Pero por más que nos quieran hacer creer que la juventud es la única etapa de la vida en que puedes ser tú, la realidad, a poco que se hurga en ella, nos dice que el Tentaciones no tiene por qué llevar siempre la razón. Así, nos encontramos con la historia del Coronel Harland Sanders, que viene a ser el creador de la franquicia Kentucky Fried Chicken.

Este señor, en 1952, cuando tenía ya 65 años, decidió invertir el dinero que le daban de pensión para montar su primer restaurante y viajó en su propio coche, Estados Unidos arriba, Estados Unidos abajo, para vender el pollo que cocinaba a otros restaurantes. En 1964 ya había más de 600 restaurantes suyos, bajo la modalidad de franquicia, repartidos entre los USA y Canadá.

Aunque a la ministra de Sanidad igual le apetece censurarme el post por hablar de una franquicia de comida basura, la realidad es que a día de hoy existen más de 13.000 restaurantes de KFC en más de 80 países de todo el mundo, que permiten la deglución de pollo saturado de grasas y otras delicias hipercalóricas a más de ocho millones de clientes cada día.

Vale, quizá montar una cadena de comida rápida no es lo más romántico del mundo, pero hacerlo en una fase de tu vida que, en teoría, está avocada a que lo más excitante sea hacer un viaje del Imserso a Benidorm es, cuando menos, digno de reconocimiento.

Pero no es éste el único caso de gentes que, en la edad de achaquees, dentaduras postizas y obstrucción de colas en la caja de ahorros, deciden terminar haciendo algo que estuvo latente en ellos y que, las circunstancias, le impidieron sacar al exterior hasta entonces.

Así, nos encontramos con Gilbert Garcin, por ejemplo, un francés nacido en 1929 cuya vida dedicó, hasta los 65 años, a vender lámparas en Marsella y que, cuando tuvo que enfrentarse al vértigo de la jubilación, decidió encontrar afición en la práctica de la fotografía. Las casualidades le llevaron a ganar un concurso poco después y, acto seguido, a hacer un curso con Pascal Dolesmieux, con el que aprendió algunos truquillos, a partir de los cuales seguir su propia trayectoria.

Y ahí lo tenemos, insertándose a si mismo, multiplicándose y sombreándose en escenarios lunares construidos a base de miniaturas. Cuando le preguntaban por sus referencias en las exposiciones que iba haciendo, se limitaba a contestar '70 años de vida, es lo que hay' y ahí sigue el hombre, haciendo, con el arroz pasado, lo que le gusta.

Estoy segura de que hay cientos, miles de historias como ésta. Y me encanta. La victoria de la esencia ante una existencia coartada por trabajos inútiles que nos impedían ser nosotros mismos... al final va a ser que nunca es tarde para tener esperanza.

Regurgitaciones:
Este post no me pega nada con el blog en general, lo sabes, ¿no? xD
Mala hostia, Lau, mala hostia.
 
Pues a mi me ha gustado, no viene mal un poco de esperanza después de la mala hostia. Sobre todo para gente que se acerca a los 30 y que no tiene la vida "arreglada", como yo...
 
Esto es super interesante!!
 
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