viernes, marzo 31, 2006
A la vejez...
Dicen que con la edad se adquiere experiencia y todas esas cosas con las que intentan convencernos de que envejecer no es tan malo. Sin embargo, para mí, esto de tener memoria en plazos mayores de diez años no está siendo nada correlativo con ese presunto grado de veteranía que debería haber adquirido. La prueba más palpable puede hallarse en esta última noche. Mi estado regresivo empieza a ser preocupante...
Ayer fue mi ansiado concierto de Astrud, encuentro que además del propio evento en sí tenía como aliciente el hecho de que, entre otros amigos, me acompañaba mi querida becaria, la única persona que en este periodo de hastío emocional ha sido capaz de sacarme a relucir un pelín de electricidad.
Por lo tanto, la noche tenía por objetivo adicional intentar dejarle claras ciertas cosas, entre ellas, que mis preferencias amatorias carecen de pelo en el pecho y tal, para luego a partir de ahí poder especificar que ella es en estos momentos la preferencia prioritaria dentro de ese subgrupo de gustos míos.
La cosa iba bien. Terminó el concierto y su amistad con los teloneros, Austria, nos llevó a terminar saliendo de copas por Santiago con ellos y con los propios Astrud, excepción hecha de Genís, que debía de tener un dolor de pies monumental después de pasarse la noche con el Korg MS-10 y esos taconazos.
El alcohol ya había empezado a fluir y, entre bar y bar, descubrí que el bajista de Austria era de padre almeriense. Increíble. Una de las chicas que nos acompañaba, aprovechando su espectacularidad física, consiguió además ligarse al batería y a Manolo, impresionante. Y esa misma chica se me quedó mirando y, sin saber explícitamente mis gustos, me espetó: éntrale al morro, en alusión a la becaria. De hecho, afirmó que entre nosotras existía tal tonteo que me preguntó si no estábamos liadas ya.
Y yo, a todo esto, que todavía no tengo claro si la becaria está en mi onda o no, le expliqué que no podía ser invasiva, que me daba miedo cagarla y esas cosas habituales cuando tienes 17 ó 18 años que te hacen tomar tantas precauciones. Así pues, estuve toda la noche cerquita de la niña, pero sin atreverme a nada, para variar.
Y hasta tal punto llega mi estupidez mental, que cuando llegamos al cotroso Maycar, íbamos tan alicatadas, que en vez de aprovechar para que se me escapase un mordisquillo dulce en el pescuezo, me quedé como un palo en la pared, para darme cuenta de repente de que el muerdo se lo estaba dando a un fulano que no conocía de nada. No sé cuántos años hacía que regalaba mis besos al sexo opuesto, pero la cuestión es que la becaria desapareció como por arte de magia y aún hoy tengo una cara de gilipollas que no me puedo explicar nada de nada. Mejor me vuelvo para la cama, porque esto es de locos.
Ayer fue mi ansiado concierto de Astrud, encuentro que además del propio evento en sí tenía como aliciente el hecho de que, entre otros amigos, me acompañaba mi querida becaria, la única persona que en este periodo de hastío emocional ha sido capaz de sacarme a relucir un pelín de electricidad.
Por lo tanto, la noche tenía por objetivo adicional intentar dejarle claras ciertas cosas, entre ellas, que mis preferencias amatorias carecen de pelo en el pecho y tal, para luego a partir de ahí poder especificar que ella es en estos momentos la preferencia prioritaria dentro de ese subgrupo de gustos míos.
La cosa iba bien. Terminó el concierto y su amistad con los teloneros, Austria, nos llevó a terminar saliendo de copas por Santiago con ellos y con los propios Astrud, excepción hecha de Genís, que debía de tener un dolor de pies monumental después de pasarse la noche con el Korg MS-10 y esos taconazos.
El alcohol ya había empezado a fluir y, entre bar y bar, descubrí que el bajista de Austria era de padre almeriense. Increíble. Una de las chicas que nos acompañaba, aprovechando su espectacularidad física, consiguió además ligarse al batería y a Manolo, impresionante. Y esa misma chica se me quedó mirando y, sin saber explícitamente mis gustos, me espetó: éntrale al morro, en alusión a la becaria. De hecho, afirmó que entre nosotras existía tal tonteo que me preguntó si no estábamos liadas ya.
Y yo, a todo esto, que todavía no tengo claro si la becaria está en mi onda o no, le expliqué que no podía ser invasiva, que me daba miedo cagarla y esas cosas habituales cuando tienes 17 ó 18 años que te hacen tomar tantas precauciones. Así pues, estuve toda la noche cerquita de la niña, pero sin atreverme a nada, para variar.
Y hasta tal punto llega mi estupidez mental, que cuando llegamos al cotroso Maycar, íbamos tan alicatadas, que en vez de aprovechar para que se me escapase un mordisquillo dulce en el pescuezo, me quedé como un palo en la pared, para darme cuenta de repente de que el muerdo se lo estaba dando a un fulano que no conocía de nada. No sé cuántos años hacía que regalaba mis besos al sexo opuesto, pero la cuestión es que la becaria desapareció como por arte de magia y aún hoy tengo una cara de gilipollas que no me puedo explicar nada de nada. Mejor me vuelvo para la cama, porque esto es de locos.
Regurgitaciones:
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Los efluvios emanados por el Maycar, unido a la cantidad de alcohol etílico que llevas en la sangre al llegar allí, a la densa oscuridad y al sofocante calor hace que ese antro se convierta en una especie de infierno en la tierra, donde nada es lo que parece y nada es lo que dice ser...
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